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25 Junio, 2025

Han pasado cinco años desde el día en que Pau Donés emprendió un viaje. Un viaje sin vuelta atrás. Había aparecido una semana antes para dejarnos una canción, se le veía carcomido y cansado, pero sonreía. Nadie se dio cuenta de que era una despedida. Intuíamos un final, pero no tan rápido. A su manera, dignamente, nos supo decir adiós. Y unos días después se marchó para siempre. Sólo lo hecho quedará. Qué día tan triste aquel 9 de junio de 2020. Ya no importaba la cercanía carnosa del verano.

Era bello de una forma abismal. Siempre tenía una guitarra cerca. Encontró la música, o la música lo encontró a él, lo envolvió y le regaló una vida que consideraba privilegiada. Apuntaba claves sencillas: humildad, alegría, empatía por los demás, disfrute máximo. Nunca valió para estudiar ni seguir las normas establecidas, era disléxico e hiperactivo, y odiaba el colegio. Él sólo quería tener el mar, la luz del Mediterráneo, pasar tiempo con su hija, recordar a esa madre que perdió a los 16 años –“ella me decía que hay que vivir rabiosamente, en presente, que la muerte ya vendrá”-, un lápiz con el que escribir las palabras que afloraban a la superficie de su mente y convertirlas en canciones, ver a los corzos bajar en otoño desde la montaña a los pies de su casa en el Valle de Arán.

“Cuando tengo días tristes, procuro pasarlos solo. Porque de vez en cuando me gusta estar triste, disfrutar de ese momento en que la melancolía se apodera de tu emotividad. En mi caso, la tristeza potencia la sensibilidad y aprovecho para recogerme y reflexionar sobre las pequeñas cosas por las que he pasado sin pensar, para quitar el pie del acelerador y concentrarme en las que, de la mano de la tristeza, me hacen sentir bien. Tristeza, ¡divino tesoro!”, contaba en su autobiografía.

Jarabe de Palo –el nombre del grupo que formó y lo aupó a la fama- se fue a rodar en 1995 en Cuba el videoclip de “El lado oscuro”, uno de sus posteriores grandes éxitos. “Llegamos a La Habana, dejamos las cosas en el hotel y con el subidón nos fuimos de fiesta a 1830, una discoteca al aire libre en el Malecón que allí todos conocen como La Tasca. Tomamos unos mojitos y cuando nos marchábamos entró en el local una mujer de belleza impresionante, con un vestido de gasa roja semitransparente, y en la cara dos soles que sin palabras hablaban”, explicaba. Aunque buscaban una modelo para el vídeo, todos tenían en la cabeza a aquella chica del vestido rojo. Después de una semana infructuosa, decidieron volver a La Tasca y dar con ella.

Se llamaba Alsoris Guzmán –“una diosa”-, y aceptó la propuesta del grupo. Se instaló con ellos en el hotel y mientras llovía durante una semana entera que les impidió el rodaje, les descubrió la Cuba que no sale en los catálogos de las agencias de viajes. Alsoris compartía habitación con Eva Nielsen, la ayudante de dirección, pero decidió irse al cuarto de Pau porque Eva era una tentación para ella. Y Pau se enamoró de la mulatona. Tras rodar finalmente el videoclip llegó el momento de volver a España. La última noche salieron a celebrar y cuando volvieron de madrugada al hotel, ella le dio un cariñoso beso en la mejilla. “Fui al baño y al salir, viendo a ese ángel negro enfundada entre sábanas blancas, no me pude reprimir: ´Flaca, no me puedo ir de la isla sin acostarme contigo´. Ella sonrió, abrió los brazos y me dijo: ´Ven, Pablito´. Me recosté en la cama, la abracé y el siguiente recuerdo que tengo es despertarme con el sol dándome en la cara, abrazado a Alsoris, pero totalmente vestido. Fue tal la emoción que había sentido esos días que me había quedado dormido”.

Alsoris, la musa, recordaba este episodio así: “surgió un beso, pero ya, un beso en el autobús cuando íbamos en viaje por Cuba. Él era una persona tímida entonces, aparte de que éramos muy jóvenes, y a mí no me pidas mezclar el trabajo con otra cosa”. Lo contó años después en una cadena de radio. Pero el final de la historia, en palabras de Pau, fue este: “me levanté, agarré un lápiz y una hoja de papel y sentado en mi cama y mirando a la Flaca dormida escribí, en apenas diez minutos, una poesía corta que relataba lo que había sentido por esa mujer durante esas dos increíbles semanas en La Habana. Copié la poesía en otra hoja y la guardé en un sobre. Al rato nos fuimos para el aeropuerto y la Flaca nos acompañó. Llegamos, la besé en la terminal de salidas y le entregué el sobre con la poesía: ´aquí te dejo un regalo, mi Flaca, sólo te pido una cosa, que lo abras cuando me haya ido´. Nos abrazamos y nos dijimos adiós. Una vez hube traspasado el control de pasaportes, no pude resistir la necesidad de verla por última vez. Me di la vuelta y al mirarla me di cuenta de que ya había abierto el sobre. Estaba llorando a la vez que leyendo esa corta poesía que con los años se convertiría en la canción…” Ya saben –doy por hecho- lo que dice: “En la vida conocí mujer igual a la flaca, / coral negro de La Habana, tremendísima mulata, / cien libras de piel y hueso, cuarenta kilos de salsa / y en la cara dos soles que sin palabras hablan…”

Todo explosionó en el verano de 1997, cuando el tema “La Flaca” apareció en un disco publicitario de Ducados y se convirtió en un fenómeno. La gente que hace música tiene el raro y extraordinario poder de meterse en tu vida, formar parte de ella, y a partir de cierto punto uno tiene incluso la sensación de conocer a ese que compone y canta. Como toda mi generación, crecí, amé y sentí con las canciones de Pau. Pasé mi verano número veintitrés escuchando y bailando –febril y asfixiante, piel con piel, sudor y carne- aquella canción imborrable, me emociono hasta las lágrimas cuando canto en voz baja “El lado oscuro” –“…y no me sonrojo si te digo que te quiero…”- y sonrío cuando desde las profundidades de mi lista musical resurgen frases tan frescas como “Ay, pescadilla de negros ojillos / ve con cuidao, que hoy vengo salido, / que es primavera y tú estás tan rica, / coge tus cosas, vamos río arriba…”

De ese malecón que cautivó a Pau también yo guardo hermosos recuerdos. Un anochecer rojizo, las olas embridadas como una lenta caricia, la calma callada que precede al deseo, esas parejas que se miran para siempre. “Donde los amores empiezan… y acaban… Donde el que tiene un alma que vender, va a exponerla… Donde el que necesita dinero, comida o un beso, pasea buscándolo… Donde se juntan ricos y pobres, cubanos y turistas, músicos y pendencieros, y todos somos iguales”, escribí aquella noche en mi cuaderno. Al fondo, siempre vigilante, se dibujaba la silueta del castillo de los Tres Reyes del Morro, otro de los símbolos de esa ciudad hecha de océano y pena.

Por la mañana es otra historia. Bajo el cielo azul los chavales intentan pescar algo que llevarse a la boca, los vendedores ambulantes te atosigan para conseguir que les compres algo inútil, las mujeres te piden que les regales tu ropa o un pintalabios. La gente posa con el mar de fondo para fotografías que olvidarán cuando vuelvan a sus casas. Nadie quiere quedarse aquí, pero Cuba es vida, después de todo, sí, es vida. Esta extensa avenida de seis carriles con su muro conteniendo el oleaje es una postal cinematográfica que guarda fachadas de edificios en decadencia y espectaculares coches clásicos que milagrosamente siguen funcionando y pasan como fantasmas ante nuestros ojos.

Es fácil caer en su encanto. Y que nos regale horas imposibles de olvidar. Como la música de Pau. Tenía 53 años el día que el cáncer de colon le ganó todas las batallas. “Si tengo que elegir una ruta, será la que tenga más curvas, más subidas y bajadas y, cómo no, el mejor paisaje; si tengo que subir a una montaña, voy a buscar la más alta; cuando tenga que salir a la mar, esperaré en puerto hasta que el viento arrecie y la mar se crezca, para sentir cómo el barco planea firme sobre las encabronadas olas. Y voy a seguir soñando, como he soñado a lo largo de toda mi vida, porque los sueños son mi alimento y aún tengo un montón de ellos por perseguir”, dejó escrito cuando cumplió 50 palos.

Su forma amable, sentida y simple de contar cosas supo hablarnos a todos de nuestra vida. No somos tan diferentes después de todo. Nos une el mestizaje y el sentimiento. En cuanto uno rasca un poco, bajo la letra de esas canciones aparece nuestra piel. No se me ocurre otro modo de decir gracias. Se fue Pau y con él un pedazo de nosotros. “Ojalá los enamorados se sigan besando en las verbenas con La Flaca dentro de 50 años” fue su penúltimo deseo. Supo irse como sólo se van los grandes: con una sonrisa. Dejó todo atado para la tranquilidad de los suyos. El resto quedamos un poco huérfanos. Nunca el verano fue tan oscuro. Buen viaje, amigo, dondequiera que estés. Vuela alto. Y no olviden las palabras que fueron su lema –y el nuestro- hasta el final: VIVIR ES URGENTE.

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