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04 Noviembre, 2022

Paul Benjamin es un escritor en horas bajas que suele comprar tabaco en el estanco de su barrio neoyorkino. Corre por Brooklyn el verano de 1990 y su camiseta empapada en sudor es casi una capa más de su piel. Paul sabe cómo se puede averiguar el peso del humo y se lo cuenta una tarde a los clientes de Auggie Wren, el dueño del estanco, despertando la curiosidad de los mismos.

Hace tiempo que Paul no publica ningún libro.

-¿Se le fueron las ideas? –preguntan a Auggie cuando están a solas.

-Se le fue la suerte- contesta.

 Y les cuenta que Helen, la mujer de Paul, falleció en un atraco a un banco en la séptima avenida. Unos minutos antes había estado comprando cigarrillos para su marido en el estanco. Auggie se pregunta si tal vez el tiempo jugó una baza en su contra cuando salió por la puerta  para ir hacia su dramático destino.

Una noche, cuando Auggie acaba de colgar el letrero de cerrado y está echando la persiana de su local, aparece Paul bastante apurado en busca de un par de cajetillas. Entran de nuevo en el estanco y charlan un rato. Paul se fija en que hay una cámara de fotos sobre el mostrador.

-No sabía que hicieras fotos –dice.

-Se podría decir que es un hobbie. Sólo le dedico cinco minutos al día –apostilla Auggie. –Pero todos los días. Llueva, nieve o granice.

Un rato después Paul y Auggie están en la casa del segundo mirando un álbum de fotografías. Paul pasa las páginas y mira las imágenes sin demasiado interés. Están tomadas siempre con el mismo encuadre. Todas tienen una etiqueta indicando la fecha en que fueron hechas y, efectivamente, hay una de cada día.

-Todas son iguales –dice.

-Exacto. Más de cuatro mil fotos del mismo sitio –dice Auggie entusiasmado mientras fuma y sostiene un botellín de cerveza en la mano. – Calle tercera con la séptima avenida, ocho de la mañana. Cuatro mil días seguidos con toda clase de tiempo. Por eso nunca me voy de vacaciones, debo estar ahí siempre, a la misma hora, cada mañana en el mismo sitio a la misma hora –insiste.

Auggie considera ese su proyecto. La obra de su vida. Paul no consigue entender el fin de todo ese trabajo y cúmulo de imágenes.

-Al fin y al cabo es mi esquina. Verás, es una pequeña parte del mundo donde también suceden cosas, como en cualquier otro sitio. Es una crónica de mi vida- explica Auggie.

Paul termina un álbum, lo cierra y Auggie se apresura a poner otro ante sus ojos.

-No lo entenderás si no vas más despacio.

-¿Qué quieres decir? –pregunta Paul sonriendo y dando una calada a su cigarrillo.

-Que vas muy deprisa, casi no miras las fotos.

-Pero… pero si todas son iguales…

-Todas son iguales pero cada una es distinta de las otras. Tienes días nublados y días con sol. Tienes… luz de verano y luz de otoño. Tienes días laborables y días festivos. Tienes gente con abrigo y botas de agua y tienes gente con camiseta y pantalón corto. A veces la misma gente, a veces otra diferente. A veces las personas diferentes se convierten en las mismas. Y las mismas desaparecen. La Tierra gira alrededor del sol y, cada día, su luz ilumina la Tierra desde un ángulo distinto.

-Más despacio, ¿eh?- dice Paul empezando a interesarse por el tema.

-Es lo que recomiendo. Así es como es: mañana, mañana, mañana… El tiempo mantiene su ritmo.

Esta escena pertenece a la película “Smoke”, dirigida por Wayne Wang en 1995 y escrita por Paul Auster, y es un momento sublime del cine que ha trascendido el paso del tiempo.

Ahora salimos de la película y nos trasladamos a la cálida ciudad de Miami. Concretamente a su playa más famosa y allí nos encontramos con el lujoso Faena Hotel Miami Beach. Su nombre se debe a su propietario, el magnate argentino Alan Faena, que invirtió más de 500 millones de dólares en 2015 para remodelar el antiguo Saxony y convertirlo en el opulento Faena que hoy les muestro. No crean que el Saxony era un hotel cualquiera: en algunas de sus 170 habitaciones se alojaron estrellas como Frank Sinatra o Marilyn Monroe.

Aquí trabajan 600 personas para dar atención a los clientes de sus suites de lujo, restaurantes y bares, el spa Tierra Santa Healing House y varios auditorios. Incluso alberga un teatro cuyo estilo mezcla el espíritu del Moulin Rouge con los cabarets latinos de los años 20. Ya en el jardín encontramos el Faena Forum, un centro multidisciplinar para todo tipo de espectáculos, debates y exposiciones. Y es aquí donde se exhibe la joya del hotel: un esqueleto real de mamut bañado en oro obra del artista inglés Damien Hirst. Esta figura de la era cuaternaria encerrada en una caja de cristal mide nada menos que tres metros de altura. Fue hecha para la asociación amfAR, dedicada a la erradicación del SIDA, que obtuvo por la escultura 11 millones de dólares para continuar con su labor.

Hirst explicó que, más allá de la realidad científica del mamut, quiso jugar con las ideas de leyenda, historia y ciencia. Fue comprado a un museo de ciencias naturales. Se le ocurrió bañarlo en oro para convertirlo en una expresión absoluta de la inaceptable idea de la mortalidad y para que emprendiera un camino a la esperanza. De ahí su título: “Ido pero no olvidado”.

Por supuesto yo también quedé deslumbrada por la osamenta dorada de ese fósil mientras paseaba por la terraza del hotel y disfrutaba las vistas de la piscina, la barra de bar opulenta y colorida diseñada por el director de cine Baz Lurhmann, la amabilidad de los camareros, los murales de Juan Gatti y el cielo nublado que acariciaba la playa.

Bien, ahora les voy a pedir que piensen en el mamut del hotel. Quiero que lo miren con otros ojos, y que intenten verlo como era antes. Piensen en el conjunto de elementos que lo vestían antes del baño de oro: piel, músculos, tendones, venas, pelo, vísceras, arterias, agua y sangre. Millones de células en movimiento. Todo eso era un cuerpo que alguna vez tuvo vida. Y un corazón que palpitaba allí dentro. Ahora piensen en el alma de esta criatura que permanece estática con el mar de fondo. Ese cuerpo que ve pasar los segundos, los minutos, las horas, los días. Cuatro mil días seguidos, por ejemplo, con toda clase de tiempo. Y observa y asimila los cambios de todo lo que le rodea: los tifones, los oleajes, las mareas, el cielo cambiante, los aguaceros tropicales, las nubes que se alejan, las tormentas, los niños que juegan en la arena, las parejas que se besan frente a las olas, las casetas de los vigilantes, el olor a bronceador, el viento que mece las palmeras, una botella con un mensaje semienterrada entre las rocas, los colores de las toallas de los turistas…

No sé por qué pero puedo imaginarlo una noche cualquiera, cuando apagan las luces del jardín y todos se van a dormir, cuando llega el silencio, y este inmenso ser mira al infinito. Y veo, en su soledad, una lágrima rodando por alguno de sus huesos dorados hasta caer en el suelo de cristal que lo sostiene. No sabe ni puede entender cómo ha llegado hasta este lugar. Imaginen cómo ve el paso del tiempo metido en su caja transparente: todos los días son iguales pero cada uno es distinto de los otros. A veces las personas diferentes se convierten en las mismas. Y las mismas desaparecen, ¿recuerdan?.

Vuelvo a la escena de “Smoke” que nos ha traído hasta aquí. Paul, el escritor, ha empezado a entender el trabajo de Auggie. Y mira las fotografías de otro modo: con pausa, como él le ha pedido. Nosotros también las vemos: gente en blanco y negro que va y viene, una mujer cruzando la calle con un perro, el camión de la basura aparcado. Paul pasa las páginas del álbum prestando atención. Hasta que una foto le detiene:

-Dios… mira… -dice, y acerca el álbum a Auggie. – ¡Es Helen! –exclama apenas señalando la imagen.

-Sí, es ella –reconoce Auggie. – Sale en bastantes de aquel año. Debía de ir a su trabajo.

-Es Helen… -repite Paul y se inclina más sobre la foto para observar. – Mira, mi pequeña…

Vemos la imagen de Helen, caminando bajo la sombra de un paraguas. Paul, superado por la emoción, rompe a llorar. Auggie le consuela pasándole un brazo por los hombros. Es en ese momento cuando la obra de Auggie cobra todo su significado. Ahí está Helen, ida pero no olvidada. Paul, finalmente, ha comprendido.

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