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18 Abril, 2024

Hay ciudades que son supervivientes y, como tales, acogen al viajero con brazos de espuma. Porque saben de guerras, de muerte, de injusticia, porque lo han visto todo y ahora permanecen a la espera de su tiempo, ese que las hace finalmente libres. Han crecido en la incertidumbre de años oscuros y les cuesta florecer cuando el primer rayo de sol anuncia tímidamente la primavera. Estoy hablando, por ejemplo, de Berlín.

"Las grandes decepciones nos hacen refugiarnos en las cosas pequeñas. Eso es lo que me está pasando a mí. Vuelvo a escuchar las canciones que me gustaban en mi adolescencia, hojeo viejas novelas con páginas ajadas por el tiempo, me pregunto qué será de aquella chica con la que me crucé una tarde, sueño con barrios que ya no existen, con amigos que he perdido para siempre", escribió el gran Pedro G. Cuartango.

Eso sucede cuando uno se sumerge en esta ciudad de historias y contrastes. Hay un misterioso sentimiento de regreso. Como si nos conociéramos desde siempre y nos hubiéramos estado esperando. Tiene tanto que contar que uno no sabe por dónde empezarla. Vayamos al principio…

El edificio del Reichstag permaneció casi 29 años separado de la Puerta de Brandenburgo, situada a apenas unos metros, por el Muro de Berlín en el distrito de Tiergarten. Inaugurado en 1984 con aspecto de templo clásico de estilo neo renacentista italiano, albergó a las fuerzas políticas alemanas hasta que obreros y soldados lo ocuparon tras la I Guerra Mundial y se declaró la República de Weimar. Los nazis lo despojaron de todo su poder y un incendio de procedencia nunca aclarada lo devastó en 1933. Tras la II Guerra Mundial, con el edificio destrozado por la Historia y el paso del tiempo, se debatió si darle una segunda oportunidad y finalmente se reconstruyó en 1956.

Tenía una cúpula en su interior que asomaba en la parte central de su diseño pero esta no fue rehecha en su segunda vida. Por suerte, en 1990 el arquitecto británico Norman Foster se hizo cargo del proyecto para reconstruir este enorme corazón que albergaba el edificio y ofreció al mundo una suerte de diseño y complejidad que todavía hoy asombran al viajero que decide deslizarse por esta parte de la construcción.

Dicha cúpula, de 23 metros de altura, se ha convertido en un símbolo de la democracia parlamentaria de esta ciudad y este país. No es para menos. Su vestido de cristal es un ejemplo de la transparencia ante el Pueblo de la que presumen los alemanes. Quieren demostrar al mundo que aquí todo es claridad, luz y competencia. El carácter de este país no puede ir más en consonancia con un elemento arquitectónico admirable. Aquí dentro se deciden las leyes federales y se controla al Gobierno para representar la voluntad del país entero.

La visita es gratuita y puede ser reservada con antelación para evitar colas. Se realiza con audioguía para poder adaptar el ritmo a las necesidades del visitante. Todo está perfectamente estructurado para que comprendamos la importancia de lo que estamos viendo y pisando, su historia y sus funciones, su diseño y su capacidad para ser el emblema de un elemento primordial para la ciudadanía.

Esta cúpula de escala helicoidal nos va a llevar no sólo a disfrutar de unas vistas maravillosas de la ciudad sino también a comprender el carácter de los alemanes y todo lo que ha representado en este paisaje artificial de cristal y espejo. En una ciudad a menudo gris y pertinentemente lluviosa, nunca intrascendente, el estudio de la luz que resultó de la mente del señor Foster es absolutamente prodigioso. Con apenas unos focos estratégicamente colocados todo el interior del edificio es deslumbrante, luminoso, y desborda la imaginación del viajero.

Iremos ascendiendo en suave espiral por una pasarela desde la que podemos avistar y disfrutar el Berlín que nos espera ahí fuera. Esta ciudad es siempre un hallazgo tras otro. Hay una exposición permanente de fotografías que nos contarán la historia de este lugar con todo lujo de detalles. No sólo las cosas grandes, también las pequeñas, esas en las que se refugia Cuartango. Desde aquí observaremos, también, el Salón de Plenos, y cuando hay sesión uno puede ser testigo del funcionamiento de los debates, votaciones y decisiones importantes que aquí se suceden. Esa es la transparencia de la que presumen.

Resulta fascinante el tratamiento del cristal y su función. Como metida en una película futurista, ascendí escuchando la explicación auditiva y observando al llegar a ciertos puntos de mayor o menor interés. Estaba boquiabierta por ese conjunto de espejos que me reflejaba a mí, a la ciudad expandida y extrañamente soleada en los alrededores, por ese juego repetido de imágenes que se multiplicaban y la importancia de lo que estaba aprendiendo.

Llegué finalmente a una azotea convertida en terraza a 40 metros de altura donde se puede ver la ciudad en toda su plenitud -el barrio gubernamental, el zoológico Tiergarten, la Puerta de Brandenburgo- y la cúpula en toda su dimensión. Con una parte central abierta sobre un embudo en forma de chimenea, su función es recoger el abundante agua de lluvia para ser utilizada en todo el edificio de un  modo ecológico. Aquí nada resulta al azar, cualquier mínimo detalle está pensado y repensado para ofrecer un beneficio más allá de lo estético. Arte y practicidad forman un solo elemento.

Por fuerza, y por fortuna también, han de volver todas las primaveras. Para iluminar las cúpulas de cristal y los caminos henchidos de flores y el alma de los habitantes que caminan por las calles empedradas de la capital alemana. Volveremos a tomar una copa de vino en la azotea mientras el sol se pone. Brindaremos, sí, y recordaremos que, como esta ciudad, también nosotros –todos nosotros- somos supervivientes que sueñan con barrios que ya no existen y amigos que hemos perdido para siempre. Es la vida.

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