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22 Agosto, 2025

Nada menos que del inmortal Goethe he tomado prestado el título de hoy: "Ver Nápoles, después morir". Y es que no he encontrado frase más perfecta para resumir lo que a continuación quiero contar. Les presento una ciudad estrafalaria, exuberante, barroca y desproporcionada a la que hay que ir –es obligatorio- al menos una vez en la vida.

Primera impresión: el trayecto del aeropuerto a mi hotel discurre por carreteras atestadas y largos túneles que pretenden sofocar el tráfico imposible. La revelación llega cuando entro en mi habitación, dejo la maleta en el suelo, abro la puerta acristalada de mi balcón y respiro Nápoles por fin. Ahí está: sus fachadas coloridas escalando los cerros, mirando al mar, la avenida sombreada por las palmeras, tan sólo siendo. Una alegría torrencial galopa en mi pecho. Io sono il vento.

-¿Cuántas personas han dormido aquí? ¿Qué se han dicho los amantes, uno al otro, en esta misma cama? Siempre se dicen las mismas cosas. Por suerte existen escritores que salen de la monotonía de sus palabras. Soy capaz de oler la esencia de todas las personas que han dormido aquí. ¿Y tú? -Parthenope di Sangro, la protagonista de la película que lleva su nombre (Paolo Sorrentino, 2024) lee estas palabras en una hoja enrollada en una vieja máquina de escribir.

-¿Captas esa esencia? –pregunta John Cheever, el autor de esas líneas, que observa a la bellísima mujer sentado fumando un cigarrillo.

-¿Qué esencia?

-La de los amores muertos.

Después me lancé a las calles, en busca de esa esencia, dispuesta a caer en su embrujo contemplativo y sensorial, e hice mía la ciudad. Parthenope, “la de aspecto virginal” en griego, era el nombre de una sirena, la más hermosa del golfo, que se asentó y creó una ciudad donde ahora está la capital de la Campania. Fue a morir en una playa a los pies del Vesubio. Empezaré mi profano y sagrado Nápoles por su corazón. Andiamo…

En una de las primeras escenas del film las muchachas jóvenes caminan por la Galleria Umberto I quitándose las chaquetas, ofreciendo sus pálidos hombros al primer sol y todo revolotea a su paso: las miradas de los hombres, las miradas de las mujeres, los niños jugando al fútbol. Es la sensualidad convertida en seísmo, la eclosión de la lujuria en su grado máximo, un simulacro de incendio, las hormonas palpitando al rojo vivo y Nápoles desnudándose a la primavera. Se celebra la juventud y su fugacidad. La luz atraviesa la cúpula de vidrio y sus cuatros brazos transparentes iluminan el camino que trazan las sirenas.

Esta galería diseñada por Emanuele Rocco y Antonio Curri, terminada de construir en el año 1890, es una muestra arquitectónica del poder estilístico de Italia. Bajo una estructura de hierro y cristal majestuosa brillan en su octógono central estatuas y murales que representan los continentes, las estaciones del año y divinidades clásicas. Los mosaicos del suelo contienen los vientos y signos del zodiaco. Esta edificación cambió al barrio de Santa Brígida, antaño una zona deprimida asolada por las epidemias de cólera, llena de prostíbulos y violencia callejera, hoy convertida en un lujoso espacio de oficinas, talleres de moda y restauración.

-¿En qué está pensando? –pregunta Parthenope a Cheever cuando habla con él por primera vez, sin saber todavía quién es.

-¿Qué ha pasado con todos los preciosos planes que hicimos cuando estábamos borrachos por la noche? Esas promesas de amistad, todas esas declaraciones de amor eterno se esfuman al dormir. Se me aparecen al día siguiente, difusas… lejanas… imposibles –dice él sin poder evitar que una lágrima ruede por su mejilla. – En la lucidez más incierta de una mañana de resaca, la vida es, simplemente, insoportable y el escritor se cae hacia atrás sentado en su sillón.

Saliendo de la Galleria por Via San Carlo encontrarán uno de los monumentos más significativos de Nápoles como gran capital mediterránea de las artes y la cultura: el Teatro San Carlo, uno de los más célebres escenarios del mundo de la ópera. Desde aquí llegaremos a la Piazza del Plebiscito, 25.000 metros cuadrados con el Palazzo Reale en su extremo sur. Este fue en su día residencia de virreyes españoles, Borbones y de la Casa de Saboya. Se puede acceder a su interior y ver su lujoso mobiliario y valiosas obras de arte, además de otros tesoros como el Teatro de la Corte, la Sala de Hércules, la Capilla Real, el Apartamento de Etiqueta y el Túnel de Borbón, utilizado como búnker durante la Segunda Guerra Mundial.

En el extremo norte, la exagerada Basílica de San Francesco di Paola, vigilada por leones de piedra en sus laterales, es uno de los lugares de culto más grandes. Su fachada se sustenta en una columnata corintia semicircular. El techo abovedado es similar al del Panteón de Roma, la misma luz, el mismo silencio austero. El interior es sencillo, con toda su decoración en color gris cemento. En medio de la plaza se erigen las figuras ecuestres de Carlos III y de su hijo Fernando I. Es el centro cultural y político de la urbe.

La Parthenope de Sorrentino es una diosa inteligente y de perturbadora belleza.

-La vida es melancolía. Y no puedes evitarla aunque intentes escapar deslizándote por la placentera superficie de la existencia -le explica Cheever. Su poder de seducción es físico e intelectual. Lo mismo sucede en las salas inacabables del Museo de Capodimonte. Antiguo pabellón de caza real, este magnífico edificio alberga una impresionante colección de pinturas, esculturas y artes decorativas que abarcan desde el siglo XIII hasta el siglo XX. Contiene obras maestras de artistas como Caravaggio, Rafael, Tiziano y Botticelli, y un Belén gigante lleno de detalles. Desde sus cuidados jardines se obtiene una vista espectacular de la ciudad.

Hay otra diosa mencionada en la película cuya figura también está eternamente asociada a esta ciudad: Sofía Loren. Encontré su rostro perfecto y vulnerable pintado en una pared. Nació en Roma y se crió en Pozzuoli, un pueblo tan pegado a Nápoles que no se sabe bien dónde empieza uno y termina otro. “¡Yo no soy italiana, soy napolitana! ¡Es otra cosa!”, decía la Loren, orgullosa embajadora. Cuando Parthé –como la llaman sus allegados- pasea con Roberto Criscuolo, en una noche mágica de fuego y petardos, mezclados con la camorra, bañados por la luz azul de cientos de lámparas que descienden sobre sus cabezas en un típico patio, la muchedumbre queda deslumbrada con su belleza y la comparan con la actriz.

El Palazzo Leonetti, en la Via dei Mille, alberga el Consulado General Español. A su alrededor, en el barrio de Chiaia, hay un enjambre de calles comerciales que guardan celosamente las tiendas y sastrerías más elegantes y exclusivas de la ciudad. Es sabido que el estilo italiano es único en el mundo y queda demostrado en cualquiera de los escaparates que brillan en estas aceras. Locales antiguos que mantienen una tradición y compromiso con sus clientes a prueba de centros comerciales de extrarradio. Si además pasa por delante de la Iglesia de Santa Teresa un grupo de jóvenes tocando sus instrumentos a todo volumen y portando estandartes bordados religiosos, se sentirán en un lugar que nunca ha sido descifrado por el tiempo.

Al anochecer bajé hacia el mar por la Via Arco Mirelli. Volvía de las calles más altas, de las terrazas abarrotadas de gente bebiendo Aperol Spritz, de los miradores con glicinias y villas con limoneros donde uno se sentía dueño del horizonte. Llamó mi atención la inusual oscuridad de esa calle adoquinada donde la humedad reflejaba la leve luz de unas farolas agotadas. Frente a cada puerta los vecinos habían colgado su ropa para secarla en cuerdas improvisadas o tendederos portátiles. Nunca antes había visto tanta confianza y despreocupación, la completa seguridad de que nadie iba a llevarse las prendas. La casa fuera de casa, el hogar fuera del hogar.

No quiero endulzar Nápoles: es una ciudad difícil de recorrer, ruidosa, sucia y vieja. Las caminatas entre lluvia y pastelerías son agotadoras, las calles rebosan turistas y habitantes, las fachadas están revestidas de ropa secándose con la brisa. Pero hay que vivirla. ¿Acaso no es así Italia?

-Es imposible ser feliz en el lugar más hermoso del mundodice Sandrino con el mar de fondo.

No se olviden de degustar todas las delicias de la comida italiana. Recomiendo especialmente la pizza de mortadela y pistacho de Nonna Tittina, el café Kimbo y el babà, el postre por excelencia, un dulce esponjoso al que inyectan, en el momento de servir, una jeringa de licor que emborracha la masa.

Aparece un ente omnipresente que a veces no se deja ver y es el volcán Vesubio. La bruma de la mañana o el calor pesado del verano son a ciertas horas una cortina que difumina su existencia. Siempre está vigilando a la ciudad y todo lo que la rodea, los límites invisibles, el trazo de los trenes. En un paseo por los tres kilómetros del Lungomare, bajo su silueta vigilante, nos sentiremos permanentemente vigilados. El domingo por la mañana la gente se echa a la acera que bordea la costa y el puerto pesquero de Mergellina y corren con sus mallas y camisetas deportivas.

-¡¡Il pazzi di domenica!! –gritaba mi taxista riéndose a carcajadas y mirándoles desde la ventanilla.

Parthenope nace en el mar, frente a su casa del golfo de Nápoles. Ese que hoy es el espejo en el que se reflejan las colinas que conforman la ciudad. “La idea inicial surge de una imagen que he conservado, la de una mujer saliendo del agua y que conquista la ciudad gracias a su belleza. Es una imagen que tuve guardada un tiempo. Pero el film explica su itinerario vital y su relación con el paso del tiempo y la memoria. Es un concepto universal porque todos, si tenemos la suerte de vivir mucho, entramos en un relato con el pasado, la memoria, el futuro, con el tiempo y las personas a las que nos hemos ligado, a las que hemos o nos han dejado, a las que hemos olvidado”, contaba Sorrentino sobre el germen de esta historia.

Entre las rocas encontramos hombres pescando, niños jugando y figuras de vírgenes llenas de flores. Al fondo, otro de los símbolos de este rincón: el Castel dell´Ovo. Esta fortaleza es la más antigua y emerge imponente sobre el mar, rodeada de bateas. Su nombre proviene de la leyenda de un huevo colocado en sus cimientos por el poeta Virgilio: el huevo mantiene en pie toda la estructura y, si por alguna razón se estropease, comenzaría una serie de catástrofes en toda la ciudad.

-Termino de bailar esta canción y nos vamosdice Parthé envuelta en humo y ritmos brasileños.

Via San Biagio dei Librai, conocida cariñosamente como Spaccanapoli, es una de las calles más transitadas del centro histórico. Conduce a la Piazza Gesù Nuovo, donde suelen quedar los jóvenes napolitanos y cuyo centro está coronado por el Obelisco de la Inmaculada. Allí verán también la Iglesia del Gesù Nuovo, con su característica fachada almohadillada. La sobriedad de la misma, rompiendo todo el barroquismo de la ciudad, guarda en  su interior una auténtica maravilla estética, tan fastuosa que podría hacer sonrojar al Vaticano. Y en la acera de enfrente está la Basílica gótica de Santa Chiara, con un antiguo claustro de las clarisas que tiene un jardín con columnas recubiertas de azulejos de cerámica mayólica adornados con motivos florales.

La escarpada Nápoles fue española durante siglos. De esta parte de la historia queda un barrio, el Quartieri Spagnoli, considerado el más genuino de la ciudad. Su nombre proviene del campamento donde se alojaban nuestras tropas. De él dicen que conserva la forma de vida de un pueblo. Una maraña de estrechas calles se ramifica llena de gente pululando entre tiendas de belenes artesanales, murales de Totó, el mercado de Pignasecca, tabernas y puestos ambulantes que ofrecen pizza frita -una de las especialidades de esta zona- y limonata a cosce apert. Ojo, porque está lleno de carteristas y ladronzuelos, pero sería imperdonable no perderse por sus recovecos laberínticos, una parte lumpen excesiva y llena de autenticidad. Guarda la entrada a las catacumbas y los túneles llamados Napoli Sotterranea.

-En esta ciudad lo único que queda es el sentimiento de culpa –dice Sandrino, enamorado de Parthé desde siempre y para siempre, cuando anuncia que se marcha.

-En esta ciudad se vive y se muere por motivos banales. Yo detesto esta ciudad –responde ella conteniendo las ganas de llorar.

 Via Toledo es una de las principales venas comerciales y esconde bajo su asfalto una de las estaciones de metro más bonitas del mundo. Esta parada de la línea 1 del metropolitano es un asombroso núcleo onírico a 50 metros de profundidad. Iluminada con luz natural vertida desde una claraboya, el viajero que desciende por las escaleras mecánicas se encuentra con un paisaje marino compuesto por miles de mosaicos de Bisazza que revisten las paredes en mil tonos de azul. La diseñó el arquitecto español Oscar Tusquets Blanca como una representación del movimiento del mar, con el que dieron las excavaciones al perforar las entrañas de la tierra para su construcción.

Parthé acabará siendo una gran antropóloga a la que le encargan un estudio sobre el milagro de San Genaro. El 16 de diciembre de 1631 los feligreses de Nápoles llevaron en procesión las reliquias de su patrón para evitar el destrozo por la inminente erupción del volcán Vesubio. Durante la procesión, la lava se detuvo de forma milagrosa. Este hecho ha derivado en un evento religioso que se produce tres veces al año en el que la sangre de San Genaro, que se encuentra en dos ampollas conservadas en la Catedral, se vuelve líquida y roja mediante el fenómeno de licuefacción.

Dentro de la catedral, también llamada el Duomo di Santa Maria Assunta, se exhibe un vídeo que retrata el fervor por el fenómeno y las multitudes que atrae. Pero no se centren en eso, sino en saber que están en el baptisterio con más antigüedad de Occidente. Lo componen tres naves y alberga varias tumbas reales. La capilla del tesoro es una sala donde se encuentra el busto de San Genaro, estatua de plata en donde se guarda la cabeza del santo. Miren hacia arriba y verán unas cúpulas pintadas de una belleza sobrecogedora.

-Cristo ama demasiado y se ve doblegado por ese mismo amor. El amor es así, incontrolable. Por eso desde Jesús hasta los cantautores han intentado siempre decirnos cómo encontrar la solución. ¿Tú amas demasiado o demasiado poco? Ahí reside la diferencia- le explica el cardenal Tesorone, totalmente embelesado, a Parthé mientras caminan por salas de la catedral que nosotros nunca veremos.

-Me falta el aire.

-Es el catolicismo. La libertad no atraviesa sus puertas. Todas las veces en las que has querido llorar y te has contenido, aquí, sólo aquí en la iglesia, eres libre para dejarte llevar.

Y, sí, Parthenope acabará llorando allí como una mariposa que se agrieta.

La crítica especializada calificó la película como una carta de amor a Nápoles y estoy de acuerdo en parte. Por un lado la romantiza y por otro ofrece una visión grotesca y excéntrica de sus habitantes y estilo de vida. Lo que explica este film es, a fin de cuentas, que la belleza no garantiza la felicidad, que el deseo muere con el sexo y que sobrevivir a la juventud es verdaderamente dramático. “La religión, el fútbol y el cine son tres espectáculos”, dijo Sorrentino en una rueda de prensa en 2023. Los tres conforman los ingredientes que definen a esta desordenada ciudad. El rostro de Maradona aparece en cualquier rincón, en una estación de metro, en un mural descascarillado, en los aledaños del puerto, bajo un puente. En este pequeño lado del mundo es considerado un dios y, como tal, está en todas partes.

“Se puede decir que Nápoles es el cielo, el infierno y el purgatorio juntos, se dice que es una ciudad-mundo, una ciudad de mar, que va a todas partes y que recibe a gente de todas partes. Llegaron los franceses, los españoles, los americanos. Es una ciudad muy viva, siempre llena de una vitalidad que a su vez contiene todo: lo bello y lo feo, el bien y el mal. Es una ciudad en la que, comparada con otras más tranquilas o más astutas, se amplifican los sentimientos y las emociones. Es muy extrovertida”, explicaba el director sobre su ciudad natal durante la promoción de la película.

La última mañana, apenas un par de horas antes de coger mi avión de vuelta, me permití el placer de desayunar, como todos los días que estuve en la ciudad, en el Napoli, un local en la via Francesco Caracciolo que presume de estar abierto las 24 horas. Pedí mi habitual lungo macchiato –“Macchiatone” lo llamaba el camarero alzando la voz-, una caracola de hojaldre rellena de crema y me senté en la luminosa terraza. El sol había esfumado la bruma matinal y en el horizonte se dibujaba perfectamente la silueta del Vesubio, tan silencioso y enigmático como siempre. Me pareció ver, por un instante, una sirena zambulléndose en las aguas. Sólo entonces me puse triste y reprimí una lágrima. La misma que Cheever había dejado rodar por su mejilla de piel clara. Intentaba, inútilmente, escapar deslizándome por la placentera superficie de la existencia. Ver Nápoles, después…

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