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29 Abril, 2022

Hablemos de paisajes humanos. Para ello, les llevo hoy a un mercado de aves al lado de la mezquita Jama Masjid, en la inmensa Nueva Delhi. Al anochecer, los fieles acuden al rezo y después se quedan sentados en la escalinata hablando y viendo la vida pasar.

A lo largo de mis múltiples viajes he encontrado un placer especial en fotografiar a la gente. Siempre hay una historia detrás de cada foto, historias que la mayor parte de las veces nos son ocultadas, y otras tan evidentes que deben ser contadas en esa imagen. Hay países en los que me han pedido dinero por dejarse fotografiar y pocas veces he pagado. Siento que si lo hago, se pierde el espíritu de la imagen, la pureza, lo que busco. Siento que esa imagen ya no es real porque el que posa elige lo que quiere ofrecer y a mí me gusta ver el fondo, cavar en el misterio. Si me piden dinero, ya no me interesa tanto, y respeto la privacidad de la que han querido hacer negocio. Prefiero también que no me vean cuando saco la cámara y disparo, porque ahí radica la autenticidad del momento, de ese segundo en el que capto lo que quiero realmente conseguir, y es entonces cuando fluye la magia.

En mi viaje por la India, me di cuenta de que la gente no suele poner reparos a la hora de ser retratada y, lo que es más, saben mirar a la cámara e incluso consideran un privilegio que quieras tomar su imagen.

También les encanta hacerse fotos contigo, y muchas veces hay un intercambio amistoso de imágenes. Posas con ellos y ellos posan contigo. Te abrazan como si te conocieran de toda la vida. Se establece un vínculo efímero. Una occidental como yo es algo tan exótico para ellos como ellos lo son para mí.

Al mercado de aves, en la calle Chandni Chowk, llegué cuando ya se había puesto el sol y la gente abarrotaba los alrededores de la mezquita. La mezcla de olores, música, voces y sensaciones es algo indescriptible. India es el país que más me ha impactado de todos los que he visto hasta ahora. Creo que es el viaje más difícil de realizar porque hay que ir muy preparado psicológicamente para lo que uno se va a encontrar y, aun así, al llegar allí tu cerebro estalla por el cúmulo de impresiones que este país ofrece. Nadie está listo para asimilar un lugar como Nueva Delhi. Te destruye, te replantea y te enriquece poderosamente.

Lo expresó perfectamente Mark Jenkins cuando escribió que "la aventura es un camino. La aventura real – autodeterminada, automotivada y a menudo arriesgada- te fuerza a tener encuentros en carne propia con el mundo. El mundo tal como es, no como te lo imaginas. Tu cuerpo va a chocar con la tierra y tú serás testigo de eso. De esta manera te verás obligado a lidiar con la bondad ilimitada y la crueldad insondable de la humanidad –y quizás te darás cuenta de que tú mismo eres capaz de ambas. Esto te cambiará. Nada será blanco y negro nuevamente".

En mi caminar entre la gente de la mezquita y el mercado, aproveché para tomar unas instantáneas de eso que llamamos paisajes humanos. Cada cual con su historia a cuestas observa a esa europea rubia que curiosea entre la marabunta de gente. Es imposible no llamar la atención aquí. Pero cuando me ven sacar la cámara, nadie se inmuta. Todo sigue su curso, y la gente mira directamente a la cámara, casi desafía al objetivo, y yo disfruto plenamente de ese instante que puedo captar para siempre, de ese ambiente hipnótico que es la noche india, de esas miradas profundas y cautivadoras, llenas de historias, que me llevo conmigo. Y que hoy comparto aquí con ustedes. Sólo hay dos tipos de personas que sepan mirar con tanta seguridad a un objetivo fotográfico: los soberbios y los hijos de la calle.

Ninguna fotografía les va a contar lo que se siente allí en medio de las jaulas llenas de pájaros. El ruido es ensordecedor, huele a curry y otras especias que soy incapaz de distinguir, la gente habla a voces y a lo lejos se oyen miles de coches pitando sin parar. El ambiente está tan cargado que cuesta respirar, hay que masticar el aire. Y los hombres observan sentados sobre las jaulas, poniendo en recipientes los trozos de carne y abanicándose. El tiempo transcurre de otro modo, a otra velocidad. Y todos –también yo- entramos a formar parte de ese paisaje efímero y cautivador.

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