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21 Mayo, 2022

Nací lejos del mar pero es un elemento que me fascina. Resulta sobrecogedor a veces, apaciguador otras, pero siempre impresionante. Todos somos hijos de los océanos y las mareas, del huracán y la luna llena, de las orillas y los volcanes.

Hoy les quiero llevar a uno de los países donde más feliz he sido: Grecia. No hay nada equiparable a sus islas y el color de sus aguas. Todo allí cumple el tópico de cualquier postal de verano: los colores blanco y azul, la sonrisa de la gente, puestas de sol que quitan la respiración, una gastronomía absolutamente deliciosa, ruinas históricas y una mitología extensísima… Todo esto conforma un país alegre por naturaleza y acostumbrado a recibir al viajero.

Ahora que el estío empieza a decir adiós, que vislumbro la nieve y los bosques rojos de nuevo, les regalo una postal de verano para que no se nos olvide lo más importante: que, por suerte, siempre vuelve. Hemos sido (felizmente) condenados a la repetición.

Estamos en mi isla griega favorita, Milos, un sitio que iremos desgranando en este atlas que trata de lugares y nostalgias. Aquí hay varios pueblos de pescadores con un encanto que harán su estancia idílica. Hoy les muestro uno muy pequeño pero que, si llegan a él, no olvidarán. Tal vez su nombre sí, pero… Se llama Firopotamos.

La carretera para acceder a este tesoro de la costa encuadrado en las Cícladas es muy estrecha, sinuosa y con innumerables desperfectos, pero ¿quién dijo que las cosas buenas eran fáciles…? Créanme: los peores caminos te llevan a las mejores cosas. Es así en los mapas y en la vida.

Cuando lleguen verán a la izquierda una pequeña playa de piedras con árboles y algún chiringuito que sólo abre en temporada alta. Y a la derecha las casitas típicamente griegas de los últimos pescadores que habitan este paraíso. Se trata de un cúmulo de construcciones en la roca cuyo mayor símbolo es una iglesia de arquitectura muy simple pero bellísima. Y no pueden faltar las banderas ondeando. También hay unas ruinas de algo que en algún momento quiso ser una casa pero dejaron a medias. Pues hasta eso es bonito en nuestra postal.

En la parte baja del pueblo, a pie de playa, están los cobertizos que los pescadores utilizan para guardar sus barcas cuando vuelven de la faena o hay temporal. También hay una pared pintada de blanco que tiene en el lateral un dibujo precioso. Representa el cuerpo desnudo de una mujer tumbado lateralmente que se refleja como un espejo en el mar, donde hay una pequeña embarcación flotando. La cabeza de la mujer guarda entre sus cabellos una imagen del pueblo, que parece deslizarse y caer lánguidamente sobre su brazo. Nunca verán algo así en un museo pero a mí me pareció una auténtica obra de arte.

Este es un lugar para soñar. Eso nos sucedió a mí y a mi querido amigo D. cuando estuvimos callejeando –es un decir, porque es un pueblo diminuto- entre las casitas de cuento y los cobertizos. Sentados en un balcón, bajo un porche azul de madera, mirando ese mar turquesa que se extendía ante nuestros ojos, calmado y límpido como el cielo griego, soñamos que todo aquello era nuestro. Y quisimos quedarnos en ese momento para siempre. En ese lugar, en esa playa, en la sombra de la iglesia, en la colina de casitas que se posaban como mariposas sobre el brazo de la mujer del dibujo. Sí, soñar es gratis.

Pero llegó el momento de irse a buscar otras playas, otras islas y otras aventuras. Cuando fuimos a coger el coche había otro que quería salir y nos dimos cuenta de que no teníamos espacio para dar la vuelta así que recorrimos de nuevo la carretera marcha atrás. Menos mal que D. es un conductor magnífico. Por poco batimos el récord de ruta turística en Grecia conduciendo marcha atrás. Nos daba todo igual porque veníamos de un sueño. Y mereció la pena. Lleguemos a donde lleguemos, siempre tiene que merecer la pena. Sino, para qué salir de casa.

Aquí les dejo mi postal de verano para que la disfruten y, si algún día tienen la oportunidad, vayan a Firopotamos a escuchar el viento y las gaviotas y sentirse libres por un instante. Busquen el dibujo de esa mujer misteriosa reflejada en el mar, quizá ya no exista. No dejen nunca de soñar. Y sueñen sin miedo. Nunca se sabe cuándo conseguirán esos sueños pero el camino habrá sido fructífero.

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