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15 Diciembre, 2022

Hoy les voy a hacer madrugar. Y mucho. Vamos a programar el despertador para que suene a las 4 de la madrugada. Ya saben eso de que el amanecer es precioso pero lo ponen a unas horas intempestivas. Es cierto. Pero no se van a arrepentir del esfuerzo. Créanme: va a merecer la pena. No hay premio sin dolor.

Estamos en la región china de Yunnan, un lugar donde el tiempo ha cauterizado las agujas de todos los relojes y mantiene intocables los cielos, los ríos, las costumbres, los ojos rasgados de sus habitantes, las montañas y las risas de sus niños.

Esta es tierra de agua y el arroz es parte importante de esta cultura milenaria, más allá de ser la base de su alimentación. Hemos madrugado mucho para llegar a las terrazas de Yuanyang y veremos, en primer lugar, las que se localizan en Duoyishu. Hay un itinerario enorme para ver pero este será nuestro punto de partida.

Fueron los hani –pronúnciese jani-, un pueblo llegado hace más de 1300 años a las montañas Ailao del sur de Yunnan, quienes crearon una de las grandes maravillas de ese inmenso país que es China. Desde que se asentaron en este territorio tuvieron que adecuar la orografía a sus necesidades para el cultivo. Fue así como poco a poco construyeron los bancales en las laderas para hacer el terreno cultivable. También habitan aquí las etnias yi y lahu. Años y años de labor paciente dieron como resultado más de 24.000 hectáreas de terrazas sinuosas e irregulares, hechas todas a mano, que tapizan hoy las laderas de las Ailao.

Yuanyang es la montaña dominada y modelada. Un paisaje irreal, como si las curvas de nivel hubieran sido trazadas por un rotulador gigante, que constituye una de las interacciones paisajísticas más brillantes entre la mano del hombre y la naturaleza. Esta maravilla de solución arquitectónica fue declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 2013 y al estar fuera de las habituales rutas turísticas es una gran desconocida. Lo cual yo celebro porque, recuerden siempre, no somos turistas sino viajeros. Y el viajero va a corazón abierto. Aún a riesgo de que se lo rompan, pisoteen y destrocen. Eso nos distingue del resto.

Es noche cerrada y hemos llegado al mirador de Duoyishu. Estamos solos porque hemos hecho el esfuerzo de levantarnos los primeros y debemos tomar posiciones en la plataforma de madera dispuesta. Nos asomamos al vacío ya que nos mira la negrura, es imposible ver nada. No sabemos qué hay más allá. La inmensidad nos espera.

Empiezan a llegar autobuses cargados de turismo principalmente chino. Les encanta presumir de sus cámaras de última generación y, cuanto más grandes, mejor. Traen trípodes y mochilas cargadas de objetivos para conseguir la mejor foto. Vienen a librar una guerra, parece. Nosotros no podemos movernos de nuestra posición porque hemos conseguido el mejor sitio, la primera línea de batalla y la jornada se presenta dura. Hay que hacerse fuerte y no dejar que nos muevan, pues enseguida empiezan a empujar para llegar a la primera posición. Como se lo cuento. Diría que es incluso violento, pero no hemos madrugado en vano. Nadie va a privarnos del espectáculo.

Comienza a amanecer, asoman las primeras luces. El vacío ante nosotros se va revelando muy despacio. Hay una espesa niebla en la parte baja, entretejida con los árboles, que hace aún más misterioso el territorio. Caen algunas gotas de lluvia pero apenas molestan. Se encienden algunas luces en el pueblo que descansa en la ladera, todo es un universo de agua y curvas. El viento empieza a llevarse la niebla y la deja enganchada en el bosque, el sol busca un hueco por el que insertar un rayo de luz para inaugurar un nuevo día y el paisaje torna del frío azul al cálido naranja. Entonces se produce el milagro: ante nosotros se despliega un abanico de terrazas llenas de agua que reflejan el cielo como un espejo. Es algo tan emotivo que no hay palabras para explicarlo. Deben vivirlo.

Vemos las siluetas de los campesinos que caminan en contraluz hacia su quehacer diario. Lo que para nosotros es una panorámica divina, para ellos es un trabajo. Ahora les toca meterse en el agua hasta las rodillas y pasar horas y horas plantando, recogiendo, acariciando, vigilando, recolectando el arroz. Somos testigos privilegiados de una obra humana impresionante. Hay lugares tan bellos en este mundo que parece imposible que existan. Esa es la sensación que les dejará haber estado aquí. Dudarán de si lo visto ha sido un sueño. Es posible que realmente Duoyishu no exista… o sí…

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