Hay que echarse a la calle a buscar la vida y salir al mundo para experimentarla. Con todos sus contrastes y detalles, con la contradicción que nos atraviesa el alma y la sensación de que perderse es lo mejor que te puede pasar. De eso trata viajar. Durante un tiempo determinado podemos ser extranjeros de nosotros mismos.
Vuelvo a África y esta vez a Zimbabwe para hablarles de llanuras ocres y paisajes de otro planeta que vive en este. Me refiero concretamente a Matopos, una reserva natural que alberga colinas, cerros de granito y bosques de acacias a lo largo de más de 400 kilómetros cuadrados al sur de Bulawayo. Una región tan joven que sólo tiene dos mil millones de años.
Allí fui con mi amigo Dani Serralta –el hombre que guió mis primeros pasos por el continente africano- y dos hombres especializados en la fauna de esta zona y especialmente concienciados con el tema de los rinocerontes. A través del estudio de sus excrementos y con la intuición que dan los años, son capaces de encontrar ejemplares de esta especie en extinción. También nos acompañaron, a modo de protección, dos rangers armados con grandes fusiles. Nunca se sabe lo que puede pasar.
Antes de llegar a la zona de avistamiento, nos advirtieron del peligro que entrañaba esta aventura. Con su aspecto prehistórico y varias toneladas de peso, este inmenso animal es uno de los iconos de la fauna africana. Tiene poco desarrollado el sentido de la vista, pero a cambio su olfato y oído son prodigiosos. No es ninguna broma acercarse a un ejemplar aunque vayamos con las mejores intenciones.
Teníamos que caminar agachados y en fila, intentando hacer el menor ruido posible, cosa complicada cuando todo bajo tus pies está seco y cruje. Hasta la más mínima ramita tiene su sonido. En caso de que el animal detectara nuestra presencia y se pusiera en posición de ataque, nos instruyeron para formar una roca humana montando nuestros cuerpos unos sobre otros para frenar el envite. Teniendo en cuenta que un rinoceronte puede pesar entre 2 y 4 toneladas y que alcanza en 4 segundos los 60 kilómetros por hora cuando echa a correr, fue una suerte no tener que poner a prueba nuestro plan de protección…
Caminamos bastante rato por una preciosa llanura seca y amarilla bajo un sol ardiente e implacable. Algunos árboles estaban floridos y daban colorido al paisaje. Nuestros expertos subieron a una montaña de rocas que los locales llaman kopjes, cantos rodados de enorme tamaño. Algunas se mantienen en imposible equilibrio y vistas de lejos pueden dar lugar a formas igual que sucede con las nubes. Desde abajo les veía mirar al horizonte a través de sus prismáticos buscando pistas y huellas del solemne animal.
Poco después encontramos un primer ejemplar magnífico de rinoceronte negro que dormitaba a la sombra de un árbol. Enseguida se dio cuenta de nuestra presencia y se puso en pie olisqueando el aire. Estábamos a unos 50 metros de él y pudimos observarle sin problema pero con cierta tensión latente. No se puede bajar la guardia. Más tarde, en otra zona del parque, dimos con una pareja que permanecían bajo las ramas de otro árbol tranquilamente. Todo transcurrió en calma y sin molestar a los animales.
Nos explicaron que están condenados a desaparecer por culpa de los cazadores furtivos, que ansían conseguir sus cuernos para venderlos en el mercado negro por cifras astronómicas. Ese cuerno que se forma en la parte frontal de su cabeza está hecho de queratina y, si se le arranca con métodos quirúrgicos, vuelve a crecer de forma natural. Pero los cazadores prefieren directamente matar a estos míticos animales, a veces de un modo especialmente violento y sanguinario. La brutalidad del ser humano sobrepasa en muchas ocasiones todos los límites.
El mercado principal del cuerno de rinoceronte es Asia. Allí, la medicina tradicional china, por ejemplo, le confiere poderes extraordinarios con fines no sólo terapéuticos sino también afrodisíacos. El comercio internacional de este elemento fue prohibido en 1977 pero su demanda sigue siendo altísima. En países como Vietnam utilizan el cuerno pulverizado para tratar las fiebres y se le atribuye la creencia de que puede curar el cáncer milagrosamente. Todo esto dispara la demanda, el tráfico y su precio.
Otra de las razones por las que el rinoceronte está desapareciendo es la pérdida de su hábitat natural. La expansión agrícola, las infraestructuras del ser humano y sus asentamientos merman los corredores ecológicos por donde se desplaza esta especie y otras como los tigres o elefantes. De algún modo, de algún retorcido modo, somos “el caballo de Atila” de la naturaleza: por donde pisamos no vuelve a crecer la hierba.
Un embarazo de rinoceronte hembra tarda 16 meses en formarse, y al no quedar apenas ejemplares de este animal, es muy difícil mantener a salvo su población. Una de las peticiones que nos hicieron durante este safari fue quitar los datos de geolocalización de las fotografías que realizamos, ya que los furtivos rastrean también a través de internet las numerosas publicaciones que hace la gente en redes sociales.
Dani Serralta, el hombre con el alma más africana que he conocido y defensor acérrimo de esta especie, me cuenta que en plena época de confinamiento mundial por la crisis pandémica del Covid-19, la venta y consumo de cuerno de rinoceronte aumentó significativamente. Además, el Gobierno de Botswana alerta del asesinato de casi 50 ejemplares de rinoceronte negro –el que tuvimos oportunidad de ver-, reduciendo una décima parte de su población y consideran que a ese ritmo podrían desaparecer antes del año 2025. En este momento el cuerno de rinoceronte alcanza un precio en el mercado de 100.000 dólares el kilo y los cazadores furtivos campan a sus anchas sin apenas vigilancia. No hay palabras ante tan aberrante situación.
Todos aquellos que compartieron este viaje conmigo volvieron concienciados de que estábamos viendo seres que muy pronto dejarán de existir. Quiero también, desde aquí, transmitirles ese mensaje. Es urgente salvar nuestro planeta o lo que queda de él. El tiempo –y los intereses económicos- juegan en nuestra contra. Yo tuve la suerte de estar muy cerca de esa vida que se va apagando por nuestra culpa y es una verdadera lástima. Hay sitio para todos y debemos encontrar la armonía. Hemos de mantenernos lo mejor posible, en conjunto, en este bello y maldito mundo que todavía tenemos la posibilidad de compartir. Mañana puede ser demasiado tarde.
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